Aardvark: ¡Oh Divino Señor de todos los delirios!
Historia truncada de una mujer trucada hecha a imagen y semejanza de los caprichosos efluvios de Aardvark: ¡Oh Divino Señor de todos los delirios!
El asunto es simple:
María Paz y/o María Pía, - MP, en adelante y para todo efecto-, y sin apelación alguna, - por la vía coincidencial, también tangencial -, a mujeres reales - también imaginarias -, y sin apelación alguna, a mujeres posibles, - también imposibles -, a mujeres vivas, - también evidente o inminentemente -, ¡¿muertas?!; MP entonces, volvió a trabajar aún con leche en las tetas.
Aardvark, - ni Benito Bendito ¿Juárez?, ni el travestido "Celestial Delights", ni ningún otro que se haya aproximado sin avisar y de ramplón, - Don Aard., abúlicos lectores, o simplemente: Mr. A, en adelante y para cualquier efecto, en cualquier jurisdicción de estilo - dentro de los estilos plausibles de perjurio -, Mr. A, entonces, la vio esa noche a la MP, en el Minimarket Rigoletto - para más señas, la botillería-rotisería de la esquina, donde atienden: el pigmeo, en los freezers y gestos cuasimòdicos, y el pitufo, en la caja y las pases mágicos distractivos para no entregar boletas.
La MP, lleva las tetas hinchadas de leche, Sras. y Sres, porque más notorio para A. (simplemente A., a estas alturas ya claramente, un pelele, un mequetrefe, otro flauteé), que cualquier producto del abasto, fue el volumen de esas tetas estallando por debajo del blusòn 100% poliéster "azebrado" - y no "atigrado", por lo del veteado grisáceo del estampado, en lugar del dorado más "common place" -.
La aparente e insopesable, pero a todos fulgores, mastodòntica presencia de esos dos "punching bags" gemelos, fue incluso más notorio para A, que el cochecito con la guagua, y que la carita redonda y ahuevonada de la guagua, y que el olor a leche y baba de guagua en las mejillas de guagua satisfecha y cansada de mamar de la guagua, que, ya se puede suponer con algún alto grado de certeza, era y será la razón de ser de ese estadio lactario en los inicios del periplo materno de MP, o de cualquier otra que no hace mucho haya parido cualquier otra guagua.
Dos tetas, incriminatorias, porque nos involucraban a todos los presentes, al pigmeo, al pitufo, a el Aardvark, y a todos los observadores posibles, en esa suerte de complicidad voyeurista, que constituye flagrante delito del que mira solo por estar allí con los ojos abiertos (excepción obligada claro, para los ciegos de nacimiento y por sobre todo, para los mirones disimulados, esa otra especie nefasta, de los que aparentan lo mejor que pueden no estar mirando, incluso al costo de seguirse mirando a sí mismos, o lo que creen que ellos mismos son a partir de sus autocomplacientes vuelcos de mirada).
Glándulas mamarias en la inmensidad de sus desproporciones, más notorias aún y captoras de miradas, que la perfidia en la mirada misma e inconclusa de la MP difuminándose en la nada y siempre marcando canchas - territorios imaginarios de exclusión -,con los trazos imperceptibles con que marcan las canchas - fronteras desdeñosas que delimitan el acceso a los frigoríficos del destajo -, desde la altivez de sus miradas inconclusas, todas las hembras que siempre, primero se supusieron, y luego se supieron, más automáticamente, que por derecho, monolitos canibalizables de carne y sal.
La MP, en estricto rigor y en esencia, nunca se sintió, objeto de transa, mucho menos mercancía, la MP sí se supo de alguna manera - ¿cómo verbalizaría una mujer que se sabe automáticamente totemizada esa sensación?: ¿dividida?, no, muy dialéctico para una mina como la que podemos llegar a suponer que es el tipo de mina que es una mina como la MP, ¿interrumpida?, no, muy cinematográfico en el corte del subgénero "imágenes al boleo en casa de orates" , ¿fragmentada?, menos - una mina que se sabe automáticamente totemizada no calza con el "mind patern", con el "mind seting", del que escribe y relaciona "fragmentación", con "reificaciòn" y a la postre con "fetichismo"-, no de ninguna manera, y dando por perdida una vez más la batalla contra los recursos lingüísticos: la MP se sentía de alguna manera: "como un muñeca fabricada con esos pedazos de incontinencia que son siempre los deseos libidinosos y aleatorios que hacen en desorden a una mujer todo lo que se puede hacer de ella cuando se la mira con la lascivia con que solo se la puede ver desde las misteriosas pulsiones que provocan en la muchachada las cuotas excedentes de testosterona atrapada (OK, para más señas: el kino acumulado).
La MP, de alguna forma, desde la intuición de cada una de sus glándulas y sobre todo desde su intuición de madre en ciernes, y desde la mezcla de todas esas intuiciones que una mujer sabe ir teniendo y disimulando desde que toma conciencia de su condena a mear acuclillada y no parada, se sabia, siempre automáticamente, y no por derecho, una especie de amalgama no secuencial de todos los anhelos concupiscentes que antes de estallar en torrente seminal, se les desbordan por los ojos a la muchachada desde que, ya miembros de una barra brava - de bar, de gradería lateral apancartada y abengalada -, toma conciencia de lo reprobable y punitivo que puede llegar a ser mearse de miedo en los pantalones o seguirse meando en la cama, aún y cuando no sea de miedo, después de cierta edad.
La MP se sentía que no era la MP que sería sin las tetas de la MP, aún sin leche, y la MP también sabía que no sería para nada alguna otra forma de la MP, sí antes no empezaba a ser la MP de las tetas, aùn vacías de leche.
Aardvark, cual castor canadiense en preámbulo de farra, en un afán de parecer amigable y gracioso, quizás hasta cordial y educado, gesticuló de manera tal, ante la mirada pérfida de la MP, que solo apareció a los ojos de la MP, poco menos que el pelele, que el mirón impasivo e imprudente, que ya todos sabemos que es y que siempre será.
Don Aardvark, alcanzó apenas, a pesar del rictus forzado que implica sonreír forzadamente, a mostrar el matiz amarillento de sus incisivos anicotinados de castor fumador - más le habría valido ponerse en situación "auto-obviable", pero suele suceder, que Don Aardvark, sabiéndose "racionalmente" parte de una colectividad en la forma de uno más de la muchachada, no alcanzó a reaccionar su mal disimulado nerviosismo, de otra forma diferente, que como podría alcanzar a reaccionar cualquier otro miembro de la muchachada.
MP, miradas desdeñosas mediante, pidió al pigmeo por un rollo de papel confort, un negrita de costa, lo más probable para que la guagua se entretuviera haciendo melcocha con las ensillas el recubierto de chocolate de la negrita, y una gaseosa sabor a citrus de litro y medio – de esas de la nueva línea de bebidas con saborizantes que sacó la Co-Co localmente -, le pasó al pitufo un billete violeta de dos lucas, y en ese continuum secuencial de momentums instantáneos: recibió las monedas del cambio, le sacó el envoltorio a la negrita y se agachó para acercársela a las manitas a la guagua, pero sobre todo, meneó las tetas a diestra y siniestra, dejando ver la apretadísima pero impertinente comisura entre ambas mamas y el cintillo izquierdo del arnés de ratàn negro y que era el sostén, lo más probable número 52, - ¿existe?, ¡què chanza, se supone que alguien que construye mujeres como MP, a partir del volumen de las tetas, debiera poseer un mìnimo conocimiento sobre tallas "paranormales" en de lencerìa! -, que impedía que sus tetas, llenas de leche, se derramaran en el piso, con la misma fuerza que se derramaría, hecha nata volcánica, la leche sobrepasada de hervores, erupcionando por todos los bordes a punto de metales en fundición de una olla de aleación con cubierta "stainless steel".
Los sucesos de un asunto tan simple como el que nos ocupa, no tienen, per sé, que conducirnos a ningún lado, mucho menos a alguno en el cual nos podamos sentir a buen resguardo, i.e. a ese punto situacional - por demás está decir: adimensional - desde el cual podamos acomodar la banalidad de una percepción recapituladora, en tanto retrospectiva, y ¿por qué no? absurdamente concluyente, con que ha sido secularmente modelado un ordenamiento de las lecturas: "por y para tomarse la realidad, ¿?, por encargo".
Y es por lo anterior, que la trascripción de la misma, como relación escrita de los sucesos de un asunto tan simple como el que nos ocupa, no nos obliga a responsabilizarnos en función de la generación de una perspectiva de desarrollo más allá del simple deleite sensorial que es: "este continuum secuencial de momentums instantáneos".
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