Craziness beyond frontiers

Tuesday, April 01, 2008

Não feito, não perfeito, não completo...(*) Three...



"The first thing we revolutionaries lose is our wives. The last thing we lose is our lives. In between our women and our lives, we lose our freedom, our happiness, our means of living."


Edén Atanacio Pastora Gómez (born in Metapa, Nicaragua - January 22, 1937).

In the years prior to the fall of the Somoza regime, Pastora was the leader of the Southern Front, the largest militia in southern Nicaragua, second only to the FSLN in the north.

Pastora was nicknamed Comandante Cero ("Commander Zero"). His group was the first to call itself "Sandinistas", and was also the first to accept an alliance with the FSLN (Sandinista National Liberation Front), the group that was to become more popularly identified by the name.





Não feito, não perfeito, não completo,
Não satisfeito nunca, não contente,
Não acabado, não definitivo:
Eis aqui um vivo
Eis me aqui...


Fue esta intromisión mía en las curiosidades de su formación académica, lo que gatillò en Sonia, cada vez menos interés por seguirnos descifrando “intercambio secrecional mediante”.


Y, tambièn, cada vez más interés de su parte por las cosas que yo escribía, por la música que yo escuchaba y también por contribuir a que mi hábitat vivencial, pareciera, un tanto menos hostil y desprolijo, y un tanto màs armònico y acogedor.


En las siguientes visitas fuè llegando con provisiones nutricionales màs frugales, y no solo las restringidas al compartir momentáneo. También empezò a llegar con libros. Entre ellos una edición especial, empastada en rústico, muy a la vieja usanza, que compendiaba los cinco textos bíblicos clasificados como “libros poéticos”.


A saber, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Y fuè entonces tambièn cuando emprendiò la tarea recopilatoria de todos mis escritos.


Al principio me los pedìa, y ya después, cuando entendiò, que a mi me daba igual si los tomaba o no, o lo que quisiera hacer con ellos, dejò de pedírmelos y se restringió a andar husmeando entre el desastre ruinoso de mis pertenencias desperdigadas, para encontrarlos y tomar posesión de ellos.


Con los días, Sonia se fue poniendo más distante, si bien, siempre seguía llegando, cada vez conversábamos menos, y follar se convirtió en un evento excepcional.


Nos limitábamos a comer bocadillos y a tomar café, y fumábamos escuchando música.


Sonia, empezó a marcar distancias de proporciones entre nosotros. Si bien no había insistido más en denostar subliminalmente de mi “estilo poético rococó”, sì fue muy sutilmente generando una clara demarcación en lo tocante a nuestras preferencias en propuestas estéticas.





De libros no hablamos nunca. Sonia se limitaba a leer las tapas de lo que ella llamaba “la plebe vernácula y mitológica de los escritores fantasmales”, y que no era otra cosa que el conjunto de novelas de autor contemporáneas, que muy bien, podrían solo estar reservados a “arqueólogos de la literatura suburbana”. Categoría de la cual a mí me enorgullecía formar parte, por cierto.


Orgullo, muy probablemente porque se trataba de autores que no habían terminado de sucumbir en la “desaparición auto forzada”, pero que apenas tenían ediciones de mínimo tiraje circulando por allí, y por consiguiente, tenían también circulando por allí sus mínimas, grandilocuentes muchas veces, biografías literarias en las solapas.


Ese tipo de autor literario, del que no mucho más que lo que escribe puede saberse, pero al cual, se le puede seguir un rastro.


Sonia de su parte leía Best Sellers en Inglés y por supuesto de autores anglosajones, de esos que tienen la cuota justa de misterio, misticismo, esoterismo incluso, y están plagados de personajes sencillos que desenvuelven una trama argumental forzada a la truculencia, y la mayor de parte de las veces escenificada en un resort veraniego.


Pero temáticas, las cuales, - Sonia, se había ocupado en aclararme, varias veces y sin solicitarlo, - estaban exentas de romanticismo, a pesar de su clara intencionalidad mercantilista.


No entendí nunca, las razones insistentes de Sonia por enrostrarme mi irremediable adscripción al romanticismo, pero si, he de reconocer que algunas veces se excedió en referencias.






Como el día en que me dijo que lo suyo iba de escuchar el “Naked Word” de Litto Nebbia, y que lo mìo iba de escuchar el “Toda Canciòn Serà Promesa”, de la colaboración de Nebbia con Mirtha Defilpo.


Otro dìa me dijo que lo mìo era Bill Evans y lo suyo era Miles Davis, o que lo mìo era la Copla y lo de ella el Fado. En fin, toda una sarta de comparaciones inútiles en torno a lo que yo fuì intuyendo como mi “disposición blandengue de espìritu” versus su “resignada aceptación de las circunstancias”.


De cualquier manera, me llamò mucho a la atenciòn que Sonia utilizara tales paràmetros comparativos, pues a decir verdad, era muy difìcil, que antes de conocerme y fuera de mi àmbito habitacional, Sonia, hubiese escuchado, ya no a los jazzy men mencionados, pero lo de Nebbia, me pareciò exacerbado. Siempre me olvidaba de preguntarle, sì de eso, habìa escuchado algo antes.


Pero, ¿por què dudar de la universalidad de la obra de Litto?

Con el pasar de los días, las semanas, y los meses, nuestros encuentros se fueron espaciando cada vez más.



Ya, durante todo Mayo, invierno austral ad-portas, solo nos juntamos una vez, y por casualidad.


Nos encontramos bien entrada la tarde en el kiosco de la esquina. Yo había ido a por un “suplemento especial” del diario, no recuerdo sobre que tema, pero muy probablemente “un suplemento literario”, aunque bien podrìa haberse tratado de un suplemento de "cine independiente kosovar (o armenio)".


Lloviznaba y Sonia me sorprendió por la espalda mientras yo pagaba. Me dio una palmadita en el hombro. Volteé y allí estaba Sonia sonriéndome a labios batientes un rouge violeta, a juego con el violeta de una bufanda de lana que llevaba anudada al cuello. Vestía un cortavientos gris apretado al cuerpo por la cintura con un fajón blanco sintético que trababa sobre su ombligo en una hebilla de fierro en forma de un gran corazón color rosa.



Me pareció una versión de Sonia bastante kitch, que no había visto antes. Debe haber sido que la escenografìa había cambiado con el clima, y con ella el vestuario del personaje.

Ciertamente, yo tampoco le habré parecido como la vez anterior, pues he de reconocer, que ya para ese tiempo, muy a mi involuntaria resignación, había decidido empezar a disfrutar del ocio distendido y displicente de un desempleado, y a falta de alguna nueva “entrevista personal” en vistas de una potencial contratación laboral, había dispuesto rendirme al desaliño mas evidente.


Hacía varias semanas ya que no me afeitaba ni tomaba una ducha, y vestía la misma ropa con que dormía, un viejo pantalón de buzo negro y un poleron gris, ambos de algodón deslavado por el uso. Y llevaba puestas unas pantuflas chinas con estampado perpendicular.


- Vaya, si pareces en el desamparo, mi romanticòn -, fue lo que le alcancé a escuchar.




Sonreí de alegría al volver a verla. Luego, ella sonrió recíprocamente, no se si de contenta, o simplemente por sonreír. Ella compró un atado de cigarrillos, y en el lapso corrido de cinco minutos posteriores al momento en que la quiosquera le diera el cambio, ya estábamos los dos frente a la puerta del departamento y Sonia me apuraba a que abriera, aduciendo que hacía frío y que no disponía de mucho tiempo.


Antes de que terminar de empujar la puerta, Sonia se había sacado ya el cortavientos y la bufanda, y también se había soltado el moño con que llevaba tomado el cabello. Entró con más familiaridad que nunca, y se dejó caer de caderas sobre el colchón inflable.


“Esto huele a humedad encerrada y también un poco a caca”, se quejó.


“¿Has lavado el inodoro capullo?”, preguntó. “No me digas nada”, se contestó ella misma, antes de que yo pudiera articular una respuesta. Luego, se desató con una perorata sobre la directa relación entre las condiciones del entorno íntimo y los estados de ánimo, y también sobre la autoestima y sobre la disposición positiva frente a la vida.



Y, luego dijo algo sobre el Feng Shui y también sobre el decadentismo francés decimonónico, y por supuesto, remató hablando de romanticismo y tuberculosis. Yo permanecí impasible escuchàndola, varias veces intentè interrumpirla, pero no me saliò la voz. Creí que lo más conveniente era dejarle hablar hasta que se cansara, cediéndole así el privilegio de sentirse cómoda tomando el control de la situación.




Por fin, después de haberse sacado, unos botines de cuero y luego las pantimedias negras que llevaba puestas bajo una falda de lino, también negra, y haber empezado a darse masaje en la planta de los pies, me preguntó con avidez:


¿Y?, ¿se ha escrito algo mas durante este tiempo?


A lo que respondí con desdén: “si por escribir entiendes mi secuela inconexa de versificaciones inútiles y desperdigadas, siempre hay algo dentro que hay que vomitar en forma de garabato en cualquier lado”.


“Haces bien”, me interrumpió ella, “haces muy bien, la sangre atorada se engangrena y luego algun grupo celular rebelde puede abrogarse el derecho a hacer metástasis”.


Sonreí con tristeza y contra argumenté: “no creo que sea mi caso, no hay posibilidad de que algo en mí me someta mas a mí mismo que mi totalidad". "El día que orgánicamente algo claudique en mí, será mi cuerpo completo el que se pondrá en huelga”.


“No hay remedio para tu perversión capullo, presupongo que todavía te masturbarás y que al menos en lo que ha tu virilidad concierne, aún no te rindes”.



Sonreí, me levanté del taburete en el cual había permanecido sentado y me dirigí a la cocina, a buscar en la alacena una bolsa de supermercado llena con papeles manuscritos.

Le alcancé la bolsa a Sonia, ella la tomó con un gesto de agradecimiento, la desanudó y metió la mano dentro como para sacar el papelito ganador en esa suerte de tómbola de la fortuna que era la bolsa, repleta con posibilidades del poema “premiado”.


Tocó en suerte una hoja de papel “bond”, tamaño carta, doblada en cuatro partes. Sonia la desdobló y leyó en voz alta para si misma: “Un poema sobre un charco de sangre”. Después de concluir una rápida primera lectura, alzó la vista hacia mí, me miró primero con la extrañeza y la profundidad de alguien quien concluye una lectura y necesita urgentemente conciliar las sensaciones de lo leído con lo que la rodea. O probablemente, verificar en la realidad circundante que lo leído, leído está y en nada se corresponde con el “aquí y ahora” gestàltcio. O como tratando de cancelar en lo circundante cualquier evocación transitoria provocada por lo recién leído.




Luego, apretó fuertemente los párpados al tiempo que se mordiò el labio inferior con "las paletas dentales" superiores, y volteò la cabeza hacia un costado.


Parecía alguien acusando recibo de un desengaño, sufriendo una desilusión inesperada, o simplemente abatido por una noticia confusa.


Le pregunté. “Sonia, querida, ¿te sucede algo?”. Ella me miró nuevamente, con una mirada que presagiaba llanto, y pronto sus ojos dejaron escurrir dos gruesos lagrimones, que rápidamente procedió a secar a manotazos sobre sus mejillas.

Como pudo, se puso de pié, y me abrazó con mucha fuerza. Luego, follamos muy discretamente y sin decir nada, cogiò la bolsa de los poemas, y se marchó.

No creì conveniente mencionarle nada relacionado con mis "investigaciones de campo" de por aquellas madrugadas, en Pio X, entre las esquinas de Av. Holanda y Av. Los Leones. Ni de mi proyecto seudo periodìstico relacionado con ese mundillo "travesti" que estaba visitando, y que me habìa empezado genuinamente a interesar.





Tampoco le dije nada sobre el aviso que habìa puesto en el diario para "escort masculino".


Tampoco le hablè de las traducciones, ni de las clases privadas de matemàticas, menos de las horas extras coordinando la reposiciòn de anaqueles de los Supermercados Montserrat - vaya labor de Capataz esa, mas orientada al control del hurto de mercaderìas -.



Por ùltimo, y no menos importante. No le mostrè la carta del banco notificando el embargo y remate de la hipoteca del departamento. Tampoco le hablè del album fotogràfico digital que habìa emprendido con fotos de "desechos" - latas de tarros de leche en polvo, empaques de barritas de cereal, ese tipo de cosas, huesos de pollo y tales, en fin -.


Ahhh!!!, casi me olvido. En efecto, no me habìa vuelto a parecer apetecible masturbarme.


Pero por esos dìas casi solo escuchaba mùsicas de Samalea y de Kabusacki, porque eran las ùnicas mùsicas que me hacìan dormir. Convidaba cafè por las noches a los porteros del edificio, y los disraìa de las càmaras del circuito cerrado contàndoles de posiciones sexuales impracticables y de historias de las guerrillas urbana en centroamerica en la dècada de los ochentas. En fin, una "sarta de güevadas", pero nos divertìamos mucho.


¡¿Què?!, ¿que què libros leìa?. El Antiguo Testamento, en orden. Mi libro preferido era El Èxodo, quizà porque mi devenir profetizaba un èxodo en sì mismo. Viaje que no habrìa de emprender sin antes no haber concluìdo la lectura completa de "Los Sorias" de Laiseca. Libro este, no sè por què, peremnemente postergado entre mis lecturas. Quizà por su temàtica apocalìptica y porque no querìa que mi animosidad enchufara mucho con esto.



Tambièn leìa y releìa "Comandantes", de Mario Berrìos, y habìa conseguido que Felipe, dueño de la librerìa Ur, especializada en Ciencia Ficciòn, me dejara por unos dìas unos libros de "Antropologìa Marciana". Se los habìa aceptado en prèstamo, solo por cortesìa, y porque me invitaba a cafès por las tardes y porque me parecìa un buen tipo.


Zè Bartlett. - Santiago, Marzo, 2008.




A sus 64 años, arruinado y enfrentado a una vejez en la miseria, Edén Pastora, el legendario comandante Cero, el héroe sandinista reconvertido después en líder de la contra, una mezcla de “Rambo tropicalizado y Che Guevara centroamericano”, como lo definió el diario nicaragüense La Prensa, ha puesto en venta hasta su alma. “Es lo único que me queda”: así reza un anuncio de Pastora que publica desde hace varias semanas El Nuevo Diario de Managua.Pastora sostiene: “A mi edad quiero tener un poco de dinero, que me garantice una ancianidad que no sea miserable. Por eso quiero pescar y quiero los instrumentos para trabajar en la pesca otra vez”. Para lograr este objetivo, Pastora ha vendido “un león de siete meses, muy manso y juguetón. Estaba a punto de amaestrarse y lo peculiar de él era que, como no podía darle de comer, se había hecho vegetariano”. El león vegetariano lo vendió Pastora a una amiga de un circo, que pasó por su casa al enterarse de que el singular ejemplar estaba en venta. Dice Pastora: “Prácticamente lo regalé, porque pedía 3000 dólares y lo vendí a una cirquera en 900”.Pastora adquirió fama mundial en agosto de 1978, cuando la toma del Congreso de la Nicaragua somocista...

La biografía de Pastora parece arrancada de una novela del realismo mágico. Su amigo dice que le conoce 13 hijos, pero Pastora se jacta de que son por lo menos 19, a los que ha reconocido. Su esposa, Yolanda, nunca puso reparos a estos reconocimientos. Cuenta el amigo que Yolanda, enfermera de profesión, ha tenido que ir a Estados Unidos para ganar algún dinero para sostener la economía familiar. Entre los objetos que ofrece en venta Pastora figura un legendario Rolex de oro que perteneció a Somoza y dos anillos de oro con diamantes, regalos del entonces presidente peruanoAlan García y de Torrijos. El Rolex es famoso porque Pastora lo rifó varias veces para financiar sus actividades en la Contra. El ganador de la rifa siempre se lo devolvía...







Photos: Project ISM (I shot myself!!!!), Sex in Art & Google Images.

1 Comments:

Blogger Mauricio Fredes said...

Tremendo!!!

6:22 AM  

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