Craziness beyond frontiers

Tuesday, January 16, 2007

Hangman!!!








Zè juega al ahorcado con Bolaño y al solitario escuchando a Seu Jorge.


Bolaño es el que sugiere las consonantes y Zè tiene reservadas las primeras tres opciones para las vocales. Asì, sì Zè fallara los tres primeros "shots", sobre la responsabilidad de Bolaño pesarìa la fatalidad total.


Zè suele achuntarle a razòn de 1 en 3, o a lo sumo a razòn de 2 en 3, de tal manera que en el peor de los escenarios, Bolaño toma la responsabilidad a partir de una cabeza y un brazo, el izquierdo siempre.

Con muchìsima mala suerte, Zè y Bolaño podrìan alguna noche, morir ahorcados. Primero porque Bolaño està muerto y se sabe que Bolaño no muriò en la horca sino en la cama de un hospital, y luego porque Zè solo podrìa morir con Bolaño sì muriera con un libro de entrevistas a Bolaño sobre el pecho en la cama de la pensiòn dònde Zè bocarriba suele leer libros de entrevistas a Bolaño. Y Zè, lo sospechan los editores, ya ha leìdo todas las entrevistas a Bolaño publicadas, de este y el otro lado del ocèano, sin morir en el intento. Y Zè, lo sospechan sus familiares y amigos, ya no pernocta en la pensiòn donde, por las noches, solìa leer escritos por, y sobre, Bolaño. No sè sabe dònde ni que lee Zè por estos dìas, por estas noches.


Cuano Bolaño y Zè anochecen muy arriesgados, juegan en el nivel de "dificultad màxima". Huelga decir que no juegan en francès o en alemàn - alguna vez Bolaño le sugiriò a Zè jugar en català, pero luego se olvidò de ese capricho y no volviò sobre el asunto-.



Cuando Zè juega al solitario escuchando a Seu Jorge, Seu Jorge canta y toca la guitarra, como solo Seu sabe hacerlo, y Zè escribe, de la ùnica manera en que puede, siempre luchando contra la falta de progresiòn temàtica.


Jugar al ahorcado con Bolaño y jugar al solitario con Seu Jorge - que es lo mismo que escucharlo tocar y cantar -, son eventos discretos y podrìa uno aventurarse a asegurar que son eventos independientes. Sin embargo cuando Zè juega con Bolaño juega desde el hemisferio izquierdo de su cerebro y cuando Zè juega con Seu Jorge, juega con el hemisferio derecho, y se dice que ambos hemisferios estàn conectados y son absolutamente interdependientes.


No es de extrañar, entonces, que cuando Zè juega con Seu, Bolaño se entromete y aparece con una risa socarrona de aquellas que no debieran significar otra cosa màs que Bolaño "se caga de la risa" de la falta de progresiòn temàtica de Zè.


Cuando Bolaño y Zè juegan a no morir a manos de una palabra de màs de 4 letras, Seu solamente mira atento por detràs del cajòn de su guitarra, cuando Bolaño y Zè estàn con ìnfulas suicidas y juegan con palabras de 9 letras o màs, Seu siempre toca y canta temas de Bowie, a sabiendas que los temas de Bowie no distraen a nadie.


Seu Jorge es uno de esos tipos de quienes se dice que son "hombres de paz", y es que parece un tipo imperturbable, canta y toca con ese lirismo que solo trasunta mares en calma, y por ello no puede inspirar otra cosa màs que un estado de pacìfica solemnidad.


No obstante lo antedicho, se dice que Seu solo toca asì sobre las costas atlànticas septentrionales.


Cuando Bolaño se pone impertinente, que es siempre cuando se le acaban los cigarrillos en la mitad de un cuento genial, Bolaño primero putea vociferando "garabatos chilenos", pero luego se calma, y opta por dejar el cuento reposar hasta el amanecer, y mientras amanece escribe frases sueltas, que luego podrìan ser poemas, o coge un libro de otro escritor que a Bolaño le resulta patètico e indecente, y lo lee lo necesario como para seguirle denostando.


Zè gusta de jugar al ahorcado con Bolaño, pero sobre todo le gusta jugar al ahorcado en cabinas turistas de aviones comerciales que vuelan de regreso a Santiago. No es lo mismo jugar al ahorcado en tierra firme, ni al solitario en cabinas turistas de aviones comerciales, ni solo, ni sin Seu y con Bolaño, ni con Bolaño y sin Seu, ni "todos juntos ya".


Seu sabe que su mùsica no es del agrado de Bolaño pues a Bolaño le gustan mùsicas al estilo de The Pogues, - ¡vaya a saber quièn por què! -, y Seu sabe que Bolaño solo le tolera en el ambiente porque a Zè le gusta como Seu toca la guitarra y canta, a manera de deferencia colectiva.


Muchas veces Bolaño le ha insinuado a Zè que la mùsica de Seu es una patada en los cojones, Zè no engancha con las insinuaciones de Bolaño, pero Seu Jorge se resiente y entonces se levanta del taburete y se va a la habitaciòn de al lado, muy probablemente a tocar temas de Chico Buarque o Caetano o simplemente a pensar nuevas canciones.


Una vez, una palabra de 4 letras literalmente ahorcò a la dupla Zè/Bolaño, y misteriosamente se tratò de la palabra: BALA.


Bolaño y Zè se riñieron mutuamente toda una travesìa de regreso a Santiago esa vez, y hasta el aterrizaje del vuelo aùn no resucitaban para otra partida.


Ni para Zè, ni para Bolaño era plausible morir de un balazo sin un estruendo o sin una pistola porque cuando se muere al ahorcado se muere generalmente de asfixia, los hemisferios derecho e izquierdo, impertinentemente interconectados entre sì, se desconectan del resto, y es a partir de allì dònde todo se torna un silencio sin palabras.


Sobre la responsabilidad exclusiva de Bolaño en este caso, nadie se atreve a hacer comentarios, pero se sabe que desde el primer intento Zè atinò yendo por una "A" y que en el penùltimo Bolaño atinò por fìn sobre sì mismo con una "B" y que la letra letal fuè un "T", como no podrìa haber sido de otra forma, para Bolaño: "rAtA" ò "cAmA", ¡¿por què no "bAlA"?!, ¡muerte de "a dos"!

Muchos se aventuran a asegurar que Bolaño habrìa apostado la vida por cualquier otra palabra, incluso "tAzA" y aùn talvez "vAcA", pero se sabe que toda esa gente que se aventura por la vida del pròjimo, ciertamente nunca es gente de fiar.

Al momento del suicidio terminològico, Seu se asustò tanto que se volviò pequeñito y en provecho de su disminuciòn y galante de su impasibilidad optò por esconderse dentro del cajòn de la guitarra.


Despuès de ese balazo, la relaciòn lùdica de Zè y Bolaño jamàs volviò a ser la misma. Zè no le dijo a Bolaño tàcitamente o taxativamente que querìa dejar lo del juego por un rato, o por un nùmero indeterminado de vuelos en cabinas turistas de regreso a Santiago. Y es que no tenìa sentido decir tal cosa era un sinsentido, porque Zè daba por descontado, que en el aeropuerto internacional de Santiago era dònde indefectiblemente todo empezaba a oler màs a Bolaño, o las novelas memorables de Bolaño.


De otra parte, Bolaño, despuès del balazo, nunca màs volviò a insinuar burla alguna relacionada con la falta de progresiòn temàtica de Zè, pues Bolaño, muy en las profundidades intrincadas de su hemisferio derecho, sabìa que recorriendo los pasillos del aeropuerto internacional de Santiago es cuando todo, indefectiblemente, siempre empieza a oler a frases sueltas y a pastiche.


Bolaño, el mismo, habìa luchado su vida entera, desde Mexicali y Catalonia, por rearmar con fragmentos santiaguinos algunos de sus mejores cuentos, y alguna novelita memorable, y por tanto sabìa que a Zè muy probablemente no se le darìa lo de la progresiòn temàtica, sino hasta que tuviera que librar su propia lucha desde otro lugar y en otro tiempo.


Seu toca y canta "Carolina" y todo huele y todo suena a desfachatez, a desenfadada alegrìa brasilera a pesar de la "maravilha femenina" que evoca Seu cuando canta "Carolina" y a pesar de que "Carolina" es "difìcil de esquecer" y a pesar de la tristeza ahogada que se le pone a Bolaño en el rostro con esta canciòn. Una tonterìa: su mujer es otra "Carolina".


A este punto, se escucha el estruendo de un balazo a lo lejos, con ese estruendo seco y dodecafònico con que suena un balazo en un desierto, y entonces lo mejor es que Bolaño, Seu Jorge y Zè se pongan sus chaquetas de cuero negras, el primero y el tercero, y su chaqueta de mezclilla azul desgastada, el segundo, y salgan los tres a caminar de noche por una playa del atlàntico septentrional:


"El primero en quedarse sin cigarrillos pierde el juego tripartito". Y aunque cada uno sospecha que en ese paseo se le podrìa ir la propia vida, ninguno va realmente armado, o sea, armado, lo que se dice: "armado".

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

1. La bala. Una gota de sudor y el imperceptible tamborileo de sus dedos lo delataron. La gota cristalina que cayó al suelo era reflejo de la bala que para Liberman acababa de salir desde la esquina de una cuadra en Efeso, ciudad donde vivía. El veloz proyectil lo hacía pensar en recorridos paralelos y en las suposiciones que siempre prefijaron su vida, especialmente desde hacía cinco o seis años cuando inició el proceso de paralelismo, ya se sabía que eran muchos los casos, las formas y las situaciones, muchas eran las combinaciones dentro del tablero Liberman y este caso no era la excepción: la bala salió contra todo pronóstico y se dirigía hacia la parte central de su frente, hacia un lugar desconocido, hacia un centro pertinaz en donde se concentra el devenir y un cierto engaño que siempre procede de la brisa, de la diferencia de temperatura y de las suposiciones. Liberman sabía que la bala impactaría en la parte central de esa planicie, de esa frontera entre el interior y el exterior del mundo, sabía que esa sería la plaza fatal. Tal vez sea culpa de los perdigones fallidos, de las astillas de madera que al fin de cuentas se introdujeron en el lomo de La Máquina del Tiempo, tal vez la culpa la tengan las dudas relacionadas con el incendio con las llamas culpables de los libros, tal vez la idea inicial fue errónea, debilitada por la indecisión. A medida que Liberman avanzaba acortaba su vida, su tiempo, su espacio de decisión y en ese momento fue cuando observó a Matilde Zulman, la mujer/testigo. Sin saber el porqué la vislumbró y la proyectó como Magritte al lado de un pescado. Su risa desvió su atención del recorrido de la bala que llegaría a su destino en el momento en que el metro se detuviera en Moscoso y Barrios a varios kilómetros de su casa actual, la que habitó después del incendio. La única probabilidad de salvarse es que se iniciara rápidamente una historia de amor, una especie de fijación carnal, la única solución a su muerte sería que Matilde Zulman caminara y pusiera su mano sobre la de él y llevárselo lejos de ahí, lejos de la trayectoria irrepetible. Sentí su mano ardiente y al mismo tiempo observé que leía una propaganda de una exposición de arte, una galería visitada por mi regularmente ya que quedaba al lado del teatro Giratablas. ¿Dije ardiente? No... no era ardiente era calurosa, una vista de olvido, algún desarreglo en su rostro, una asimetría en su risa y en sus labios. Únicamente recuerdo cuando llegué a un apartamento en el centro de la ciudad y desperté observando dos libros tirados sobre el suelo, varios discos desordenados y un olor a café recién hecho que me hizo despertar del todo. Observé una pared tapizada de fotos de escritores enmarcadas en vidrio, me llamó la atención que Frauberg ocupara la esquina inferior derecha. Había llegado de un viaje, tal vez de un desencuentro, tal vez hubo un cambio de vía y de rumbo, porque lo que ví antes de salir del metro fue cuando la bala impactó el plástico color naranja. Niños corriendo y dos ancianas cansadas comentaron el suceso, la policía y el administrador del metro, el conductor y dos motoristas, personas de aquí y de allá, eso dijeron los periódicos al día siguiente, una foto y nada más. Mi idea siempre ha sido no pertenecer al tiempo, vivir al margen del devenir, impulsado por el espacio nada más y por eso leo poco, los libros siempre me han parecido anclas del tiempo, anclas que salen del barcoespacio para ser lanzadas al aguatiempo a ese mar inmenso que siempre me ha aturdido y que a lo largo de muchos años me ha perturbado con casos, con problemas que debo resolver en tiempo real, en una especie de tiempo digital, en ese tiempo que suele ponerme a prueba cuando más espacial me siento. Quemé muchos libros Frauberg, muchos… pero comencé por todos los libros de Sabato, los quemé con alegría, cuando veía las llamas veía como moría una parte del todo temporal, veía cómo se escapaba de mi esa tortura que siempre resulta de la lucidez del hastío y de la sombra, permítame aclararle que la tristeza es el puente directo al tiempo, que la tristeza racionalizada se me convierte en una especie de ramo de espinas que no puedo tocar sin sangrar. Ya Matilde sabía que había comenzado mi período de quemas, el lapso que me llevó al telón de las llamas, había iniciado la pulverización sistemática de los libros míos y de los de Matilde. Luego aniquilé con todo el convencimiento que me podría exigir todas las novelas que tenía a mi alcance. Pero la suya Frauberg fue la novela que más disfrute en esa hoguera final y créame que ahí se fue gran parte del tiempo que me persigue y que dictan las reversiones. Después de tomar la taza de café disfrutamos de la única demostración de que el tiempo no existe. Viví con Matilde Zulman hasta la fecha de los incendios que fue cuando me largué cansado de todo, no tanto de ella que para mi era espacio. Después se reiniciaron los casos, tal vez dos o tres antes del final.

1:52 PM  

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