Craziness beyond frontiers

Saturday, December 08, 2007

Bitàcora del Desamor - Intermezzo postergado -.




Sans cesse à mes côtés s'agite le Démon;
Il nage autour de moi comme un air impalpable;
Je l'avale et le sens qui brûle mon poumon
Et l'emplit d'un désir éternel et coupable.
Parfois il prend, sachant mon grand amour de l'Art,
La forme de la plus séduisante des femmes,
Et, sous de spécieux prétextes de cafard,
Accoutume ma lèvre à des philtres infâmes.

Il me conduit ainsi, loin du regard de Dieu,
Haletant et brisé de fatigue, au milieu
Des plaines de l'Ennui, profondes et désertes,
Et jette dans mes yeux pleins de confusion
Des vêtements souillés, des blessures ouvertes,
Et l'appareil sanglant de la Destruction!
La Destruction
Charles Baudelaire (1821-1867)

Palermo, Buenos Aires, casi Recoleta (por una cuadra), Noviembre 24, 21:00 hs.

En la Iglesia de la Guadalupe, frente a la Plaza Güemes, otro ritual catòlico para consagrar el sagrado sacramento del matrimonio. Otra vez, la pareja, otra pareja, desciende del altar y desemboca en el atrio, sonrientes, aunque abrumados por flashes y montoncitos de arroz esparcidos por el aire.

Zè està allì, en su banca, comiendo apuradamente una lata de atùn, de a bocadones,no por pudor frente a los transeùntes, màs bien para que los perros de paseo no se arranquen de sus paseadores al olor y le arrebaten la lata con sus fauces, se la babeen, o si quiera se acerquen a olisquearsela. Sì se tratara de un linyera, habrìa un preàmbulo, pero en la Plaza Huemes no hay linyeras, solo vecinos de Palermo, gente de bien y perros paseantes.



Zè distrae la mirada hacia un artista callejero de la luz roja con una gran bola de cristal entre las manos, zè no alcanza a saber cual serà la gracia que harà el tipo con la bola, pero se entera que el truco, o la payasada es lucrativa, todos los choferes, indefectiblemente todos, ponen monedas en la mano del tipo, inclusive unos segundos despuès de haber cambiado el semàforo a verde.

Zè ha trocado su còmodo y asegurado devenir de mesas de viandas preparadas por ella con amor, una noche como esta, para estar aquì, en la Plaza Güemes, esperando nada en concreto, aunque sabe que una nota en una cartelera de espectàculos del diario de la fecha, es lo que lo tiene allì: la presentaciòn de dos discos, el de un trompetista de jazz, el mejor de estas latitudes, al decir de los crìticos y sus pares, y luego, màs tarde a la media noche, el de una banda avant garde con claros matices funky.



Zè vive a su manera este nuevo duelo, un duelo que lo transgrede y vulnera si zè se distrae mìnimamente, zè no llora, pero cada tanto y desprevenidamente se ve a sì mismo tomàndose la cabeza en cualquier parte, cada recuerdo es un gesto de desolaciòn ardiente, de ardores cutàneos sin soles por los alrededores.

Acà, pensò le serìa màs fàcil resolverse y con mucha suerte tambièn disolverse. Ah! zè y sus debilidades literarias, lleva en la mochila tres libros, Estancias de Giorgio Agambem, Perversiòn: Dialògos sobre la locura en nuestros tiempos, de varios autores, y el Dolor de Amar, de Juan Nasio.

Todos le han aparecido como aparecen los textos apropiados a cada situaciòn, cuando se buscan los otros, los inapropiados.

Zè entonces lee a tres pares de ojos:

primero, porque ahora sì, ya no le cabe la mìnima sospecha, se ha convencido que padece la acidia de Baudelaire, y su convencimiento tiene màs de la epistemològica culpa xtiana que de autodiagnòstico;

segundo, porque ahora sì, a zè ya no le cabe la màs mìnima duda, se ha convencido que, algo, mucho, de perverso hay en èl - aunque siempre se ha comportado contundentemente como un hiper- heterosexual y jamàs ha tenido sueños con niñas, o niñas, desnudas, adicionalmente, y no menos importante, zè nunca se ha considerado un terrorista; y

tercero, porque zè cree aconsejable siempre contrastar la visiòn freudiana y lacaniana sobre cada padecimiento.

Zè està patologizado, a la manera de alguien que ha recibido varios diagnòsticos, siempre a segùn el momento, y por tanto, el estado de ànimo con que zè ha asistido a cada consultante, zè sospecha que una patologìa siempre se diagnostica en sì misma en la voz del que habla de sus padeceres, y mientras habla gesticula.

Zè abandonò la casa de ella y de zè, y zè piensa que los dias que pasan son como pernoctar en el estribillo de una especie de salmo responsorial.

Zè, aùn se guarda una cuota de escepticismo respecto de la precisión del càlculo de aproximaciòn de cada psiquiatra para determinar dentro del sistema de categorìas patològicas, cual es la denominaciòn correspondiente en cada caso.

Zè se reconoce màs en su naturaleza animal, como un animita carnivorizada y retorizada quìmicamente, siempre seràn, entonces màs efectivas las inducciones sustanciadas a la corteza craneana de la bestia, para desrabiarla.

Zè ha sabido medicarse con casi todo, aun y cuando zè no es epileptico, pero por sì las dudas y sobre todo por los beneficios asociados a los efectos laterales.

Zè tambien ha sabido medicarse con libros, ella no entendiò nunca muy bien para què tanta lectura, sì tenìan tele frente a la cama, y podrìa ser màs relajante quedarse los jueves, o los martes la programaciòn de trasnoche. Sobre pìldoras, ella habìa tomado la suya siempre puntualmente, con disciplina atàvica, no quedarìan rastros humanos, solo ruinas, una casa, un barrio, una ciudad, y la cartografìa digital de todos los arrededores en el mapacity desvanecièndose como se desvanece el acetato de un film cuando el carrete de pelìcula se traba y la secuencia de viñetas quedan expuestas al calor de la luz del foco que los transparenta en cualquier pantalla de lona blanca.

Muchas cosas de otros tiempos, de los tiempos de ella, de los tiempos con ella, se le vienen de zopetòn a la memoria, sin avisar y sin pedir permiso, zè no sabe què mierda le pasa, pero sabe que no hay un diagnòstico para ello, y que ninguna lectura serà posible y plausible, y que ninguna mùsica serìa tan permeablemente sonora para impermeabilizar su humanidad de los subyugantes recuerdos remanidos de lo que ya no era, y quizà nunca habìa sido.

Zè, siempre habìa querido irse, no solo de ella, tambièn de las otras, las de antes que ella, y nunca antes se habìa dado por enterado, ¿còmo?, ¿en què forma?, ¿de què manera?, habìa empezado a querer quedarse con ella, y con las otras, las de antes que ella, que ya se habìan diluìdo cuando ella apareciò, y quizà habìan sido diluìdas tambièn un poco màs, durante la presencia de ella; todas ellas se confundìan con ella y ella era todas las ellas en una sola ella, que era la ella de los ùnicos recuerdos insoportables de esa noche.

El cabildeo intraneuronal de Zè se interrumpiò al acercàrsele a la banca una mujer de mediana edad para entregarle un volante de promociones. Zè agradeciò, màs con la mirada que con un gesto de agradecimiento, y antes de tirar el papel al basurero, junto con la lata de atùn ya vaciada, se tomò, la molestia, y tambièn el atrevimiento de leer el volante: la Unidad de Servicio Urusvati, en comisiòn desde Bahìa Blanca invitaba a una conferencia para presentarle a los interesados una nueva visiòn del mundo, la de la existencia de una Jerarquìa Planetaria, la gran fraternidad Shamballa, la Jerarquìa Blanca, la jerarquìa de mentes iluminadas o de seres sabios que gobiernan el planeta, la exteriorizaciòn de la "jerarquìa" y la nueva venida de Cristo.

Zè, por unos minutos, considerò seriamente que los de la Jerarquìa podrìan haber tenido que ver con ella, o que ella algùn dìa habìa recibido el mensaje de otra de uno de los Maestros de alguna otra Unidad de la Jerarquìa, y que eso podrìa explicar la tozudez con que ella defendìa su auspiciosa visiòn personal de un porvenir juntos y sin mayores exabruptos. Zè ciertamente consideraba cualquier cosa, estaba maniatado en una secuela de delirios abruptos y exasperantes.

Zè fuè, anduvo, divagò, pero tuvo la certeza de que ya "estaba dejando de ser" en el corazòn de ella, en la vida de ella, y en parte de lo que habìa sido "la vida con ella".

Zè, mete la mano a la mochila sin importar cual de los tres libros y como de costumbre, algo "como una afrenta personalmente dirigida a zè":








"Son efectos de la acidia:

· La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.
· la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
· Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
· La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
· La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
· La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso".

Zè padecìa de un pecado "mortal", su vida habìa sido un vacìo que despuès, de lo de zè con ella, ya causaba horror, que ni todas las latas de atùn, ni la banca en la Plaza Huemes, ni el trompetista y la banda funky, ni la nueva promesa de ninguna Jerarquìa de ningùn color, podrìa colmarlo.






Zè padecìa del pecado "metafìsico".

De pronto volteò la vista al atrio de la Iglesia, ya no quedaba nadie, se alcanzaban a ver las escalinatas semicubiertas de granos de arroz, las puertas estaban cerradas.

Zè volteò al otro lado, ni la bola de cristal, ni el artista callejero estaban, no circulaba ningùn coche, y el temporizador del semàforo reflejaba con ajustadìsima intermitencia su trilogìa de colores en un charco de agua en el borde de un zumidero.

Zè pensò que nunca podrìa ser "caritativo" con el mismo y luego recordò algo que habìa dicho Saer: "no existe el optimismo en la buena literatura".

Zè, se preguntò: ¿habrìa que inventarse un mundo inexpugnable dentro de su propia "literatura hermètica"?. Y el cuestionamiento quedò allì, en el escaso espacio de aire dentro de los pulmones de zè, compartiendo respiraciòn con el humo de un cigarrillo. Luego, muy rapidamente, pasò a formar parte de un espacio afuera, en el aire de la Plaza Güemes, en la atmòsfera toda, confundiendose con todos los cuestionamientos sin respuesta exhalados por otros, quizà tambièn hasta por los perros paseantes de la Plaza.
"¡¡¡Pero sì la literatura de Zè antes y durante ella no habìa sido otra cosa que los escupos, los vòmitos, la diarrea, la incontinencia extrema de sus pulsiones por otras ellas, condenadas a ser pulsiones peremnemente insatisfechas, infactibles de colmar!!!", escuchò Zè dentro de sì mismo a la manera de un suspiro ahogado.

Zè luego se preguntò: ¿podràn convivir una cuota de desesperanza con una cuota de optimismo?, y pensò que la pregunta daba para teorizar, y tambièn para el desarrollar una temàtica sincrètica, que tambièn daba para recalar en el tema de la muerte (nada màs).

Zè mirò la caratula de su reloj pulsera, ahora sì, otro show de subsistencia acìdica, de persistencia en su pecaminosa itinerancia, estaba por comenzar.

Envolviò la lata sin atùn en una bolsa de plàstico y la tirò a un basurero y enfilò sus pasos hacia el local de espectàculos de esa nueva cita con la aniquilaciòn momentanea del fastidio de su existencia: aùn quedaba la esperanza en un "por venir" que ya siempre serìa sin ella, la esperanza de vivir siempre la desesperaciòn de un vacìo imposible de ser llenado.

Zè jurò y abjurò de nunca màs intentar llenar sus fosas, sus fauces, abisales, con otra ella que concentrara a todas las ellas anteriores, incluso a ella, en ella, pero sin mucho convencimiento, y entonces sintiò un lagrimòn inconvenientemente humedecièndole la mejilla derecha.


El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento como quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.

Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga,
al centro de las llanuras del hastío,
profundas y desiertas,
y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!

La Destrucciòn.
Charles Baudelaire (1,821 - 1,867)

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