Hermes & La Siesta de los Leones...
Un jabalí engordó pensando en el dinero, el muy pillín le robó la verdad a un viejo topo, y así fundó su gran concesión, y se dijo: "-las lineas del árbol que miedo me dan, por las dudas veré de seducirlo, y esquilmarle mil ideas, y meterlo en mi bolsillo infernal".
Un conejín tropezó por enésima vez, hoy como ayer ni un gurú logrará conformarlo, y sueña y él se siente rey y se dice: "- ¡soy una estrella de rock!, ¡amenme! yo me siento capaz, de dedicarle al presidente o a mi amigo, esta canción que es totalmente genial, aunque ya sin alma, con todo mi amor, aunque ya sin alma, te quiero tanto, que me muero por vos, aunque si llueve no te voy a buscar, ¿porqué no puedes olvidarme?"
"Jabalíes, Conejines" - Spinetta/Paez - La, la, la...1986.
Hermes traspone las fronteras de la cartografía de ella tomando el sol, junto a la piscina, en la playa, en el balcón de su departamento.
Hermes no trae ni lleva mensaje alguno, solamente la viaja meticulosamente para interpretar los significados ocultos de su cuerpo y encontrar el accidente geográfico exacto para depositar a buen resguardo el alma, perdida en el limbo, del poeta erotómano.
Ella, ese país homotérmico por definición, bajo el sol se humedece y se calienta.
Hermes entonces, toma todas las previsiones necesarias para no resbalar o quemarse las plantas de los pies, debe recorrerla a pasos rápidos pero seguros, sobre todo por una ruta que minimice el transito por sus sinuosidades.
Ella, esa pesada, pálida y constreñida isla durante el largo invierno, allí tendida de espaldas sobre la silla playera, exhulta la monumentalidad brutal, ardiente y rojiza de su cola inflamada.
Sus larguísimos brazos y sus larguísimas piernas se desparraman como algas fortuitamente adheridas al perímetro de la carcaza de un inmenso molusco, y lo desbordan.
El alma del poeta erotómano está atrapada en sus ensueños de la corporiedad extraviada de ella, sin poder reconocer su "descarnación" de ella.
Hermes, intrépido chamán viajero, primero la recorre entera a toda prisa, del cuello al dorso del dedito medio de su pié izquierdo, esquiva su grupa, eso sí, tomando impulso desde el punto más alto de su clavícula derecha y corriendo a toda velocidad por la pendiente negativa de su espalda hasta el derrié.
Y justo antes de sucumbir en el vértice profundo de la concavidad que define el final de la espalda y el inicio del culo, se pone una mano sobre la boca y la nariz y cierra los ojos, y de un envión la salta - encogiendo las rodillas contra el pecho para no rozarla en la cima de una nalga -, y aterrizar sin fracturas ni magullones - las adiposidades celulíticas amortiguan -, en el dorso del muslo opuesto, el izquierdo.
De allí en más, solo se trata de recorrer el resto del muslo, dar un saltito en la comisura anteroposterior que se forma detrás de la rodilla, resbalar el sube y baja de un pantorrilla, saber equilibrarse en ese puente colgante que es el hueso estrecho y filoso posterior del tobillo, y deslizarse en cuclillas por la planta del pié, para abrazar el dedito medio del pié y descansar.
Hermes va descalzo, y viste un chitón de lino azul y una capa de lana de grandes pliegues con incrustaciones de pedacitos de espejo. Sobre su cabeza, un bonete de fieltro para protegerse de la incandescencia y luminosidad de los rayos solares, a los que ella, sediciosamente, da la espalda, pero más aún, maliciosamente, desafía desde la hipertrofia descomunal de sus Gluteus Maximus.
Hermes lleva la piedrecilla de carbón, que es el alma del poeta erotómano, dentro de una alforja de seda roja reforzada con listones de cuero de cabra, y bien atada a la soga que le ciñe la cintura.
Ella, modelando allí ese su culote que incita a las otras a ir inmediatamente a por una gluteoplastía, e incita a todos los hombres a montarla inmediatamente a mansalva, ¡¿por qué no ella discretamente en el solarium?!, ¡¿por qué no ella en su cuarto de baño aplicándose en privado cremas y ungüentos autobronceantes?
El poeta erotómano ha cogido una mochila y ha emprendido camino rumbo a La Ciudad Blanca, para desembarazarse absolutamente de sì mismo, que es lo mismo que desembarazarse de la cartografía de ella, constreñida y expandida a según las estaciones, y ha acometido una ruta estrictamente salvaje en la búsqueda de la intensidadad absoluta de la luz.
Por allì, extraviado entre manglares y navegando en un tronco, interminables patanos, no habrìa otra cosa màs que encontrar lo que nunca se habìa buscado, una etnia perdida, monos aulladores, iguanas - sus huevos, una posibilidad nutricia - , pizotes, murcièlagos blancos, àguilas pescadoras, jaguares, caimanes, cerdos salvajes, tucanes, garzas, guacamayos,y solo con suerte, alguna cariñosa nutria.
Despojado absolutamente de sí mismo, "ya sin alma", el cuerpo del poeta erotómano, ha recalado en una estepa entre la tundra, para dormir plácidamente la interminable siesta de los leones americanos - la siesta de los pumas, la siesta de las panteras -.
El cuerpo del poeta erotómano, otrora depredador de emboscada, él mismo, espera, en su espera crepuscular, en compañía de los machos de la manada, al regreso de sus concubinas con las presas bien apretadas entre las fauces, unas tardes/unas noches, un festín de ciervo, otras, apenas rollizas ratas de monte y conejos pardos.
Los pedazos inertes del cuerpo desmembrado del poeta erotómano, otrora erotizado por la grupa de ella, yace cubierto de pasto, entre los desechos de los cuerpos de otras víctimas, cada tres días se acerca un cachorro insaciable a arrancarle los últimos tendones de un fémur.
Después de muchas esperas crepúsculares, del cuerpo del poeta erotómano solo queda la carcaza de las costillas adosadas al espinazo, dos carpinchos hembra han hurtado sigilosas los restos de la osamenta y los han arrastrado a los esteros de un río.
Del poeta erotómano, difuminado en los confines de las cavernas de Huehuetlapayan, el Viejo Lugar Donde Nace la Aurora, quedó solo un chispa volátil ascendiendo y por obra y gracia, e intercesión de los Guardianes de los Símbolos, fué condensada en un pedacito de tiza negra y encomendada a Hermes.
Hermes, impávido y exhausto de tanto recorrerla, ha auscultado las expansiones y las dilataciones del cuerpo de ella con acuciocidad clínica, ha tomado muestras microscópicas de todos sus epitelios y ha contrastado su alcalinidad con la del ph de los tallos de las amapolas y de los girasoles, ha analizado los mapas definidos por la unión de todas las terminaciones nerviosas expuestas, ha husmeado en cada microquiste, granito y poro, sin poder descifrar el punto exacto para depositar la piedrecilla de carbón que es el hálito incorporeo condensado del poeta erotómano.
De pronto, ella voltea la inmensidad irradiada de su cuerpo sobre la silla playera, para dorarse de frente, y sorprendiendo a Hermes mientras cortaba la punta de un pelo loco enraizado en un lunar muy junto al bordé del periné, lo hace resbalar y volar por los aires.
Con el súbito revolcón anatómico, del cinto de Hermes se desprende la alforja de seda roja, y mientras Hermes cae de bruces sobre el charquito que el sudor ha formado en el ombligo, la alforja cae abierta al medio de los confines del pubis y desde ella rueda cuesta abajo la piedrecilla de carbón, que es el alma condensada del poeta erotómano.
Hermes, escandalizado, horrorizado y aturdido, un segundo antes del desmayo, alcanza a ver como ella estira en toda su extensión el brazo izquierdo y apresurada mete dos dedos por debajo del calzoncito floreado del bikini para frotarse auscultandose bien abajo, como tratando de mitigar un molesto cosquilleo, hasta allí, justo allí, donde la conflgración cósmica de los astros la habían definido el día que fué dada "a luz" como del signo Virgem.
Writed while listening: "Cosmic Soul" by Phil Wigfall @ http://www.myspace.com/philwigfall
Joes Asaph Allen (1838-1921), mastozoologo y ornitólog0 sugirió que el cociente entre el peso corporal y el área superficial de organismos de sangre caliente aumenta de climas progresivamente más fríos, para reducir al mínimo pérdida de calor. Las extremidades de los organismos (miembros, colas, y oídos) son más largas en climas calientes que en climas fríos porque actúan como órganos de radiación de calor.
Constantin Wilhelm Lambert Gloger (1803-1863), zoólogo y ornitólogo, postuló que el color del cuerpo de un animal de sangre caliente (mamífero, ave) es más pálido en climas más secos que en climas más húmedos. Colores como el amarillo y el pardo pálido predominan en zonas áridas mientras que el pardo oscuro y el negro predominan en regiones más húmedas.
Carl Bergman, biólogo del siglo XIX, postuló que el cuerpo de un animal de sangre caliente tiene un mayor tamaño en climas más fríos (polos, en latitudes mayores) que en climas más calientes (ecuador).
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