Craziness beyond frontiers

Saturday, December 22, 2007

Lecturas Pretèritas = Lecturas Inminentes...


Me derrumbo. Me derrumbo. Me derrumbo. Copiaría y pegaría la frase eternamente, pero no soporto esa facilidad. Una posición cómoda: el sufrimiento injustificado. Claro que mi mujer acaba de abandonarme. Pero yo siempre supe que eso ocurriría, desde el mismo día en que vino a vivir conmigo. De hecho, me esforcé como un condenado para producir su partida y enterrarme luego en este infierno de dolor. ¿Y? Hay maneras y maneras de morir en la vida y yo elegí la mía. Lo pienso. Lo acepto, al menos. Querría otra cosa, seguro que sí. Pero no sé cómo hacer. El fracaso despliega sus alas gigantescas sobre todos los rincones de mi vida. Oscuro, oscuro. Ser para llorar.

* Fragmentos de "Derrumbe" / DANIEL GUEBEL (Mondadori).

“En el primer capítulo, ante la inminencia de su ruptura matrimonial, el personaje se exaspera contra su propio yo y contra las expectativas que tuvo a lo largo de su vida. Es como un animal ciego que choca contra todo lo que ve: contra su posición de escritor, contra su universo sentimental, contra los demás escritores, contra la propia insignificancia de su yo. El marco general de la novela es: la mierda está afuera, la mierda está adentro; el hombre que lo da todo y se convierte en el peor de los desechos, el hombre como resto, un escritor genial que se considera nada, y a la vez esa nada está carcomida por los gusanos de la ambición y del reconocimiento.”

–Soy completamente afín al mito del escritor fracasado. El fracaso es el lugar desde el cual se puede escribir, independientemente de los resultados personales. Me parece que el mejor lugar para escribir es el lugar donde no hay nada que perder. Después, si el propalador de la ética del fracaso gana el Premio Nobel, ya es otro asunto, en el sentido de que el premio recae sobre el autor, no sobre la materia con la que trabaja el artista.

–En la novela esbozo una teoría sobre la imposibilidad de que el lenguaje reproduzca el dolor, porque el lenguaje es una articulación convencional, no es fonética, y porque la narración es estructura de hechos. En mi novela, el dolor se articula en una sucesión que respeta bastante la cronología de los hechos, no importa si es mi separación o la de cualquier otro. Por otra parte, se expone el dolor del artista en sus distintas expresiones por no haber sido quien quiso, o por haber descubierto que hay otro que hizo más de lo que él quería o podía. Los límites del dolor son la ley del lenguaje, pero mi novela lo que articula es la incapacidad del lenguaje para “expresar” ese dolor.

–Sí, creo que el libro es una serie de variaciones sobre el dolor sentimental y la pérdida. Cuando lo escribí, pensaba en música todo el tiempo. Estaba trabajando un tema principal, la sucesión melódica, la historia de la separación, los encuentros con la hija, las reflexiones sobre el derrumbe matrimonial y, por otro lado, las variaciones, las improvisaciones sobre el tema del fracaso en el arte.

–En el jazz, en Miles Davis, en Chet Baker, músicos de pocas notas. Cuando estoy escribiendo, tengo la impresión de que soy un saxofonista que toca rápido porque en el momento en que aparece un punto se tiene que detener y ya no puede seguir. Estaba escribiendo el derrumbe íntimo, y las variaciones, las improvisaciones, eran los sonidos particulares.
–No me importaba nada de lo que fuera a pensar la gente. Tenía la impresión de estar trabajando de manera cruda sobre mi autobiografía, sin ningún deseo de construir a mi alter ego como un personaje “mejor que yo”, sin tratar de generar ninguna especie de imagen exaltatoria de mí. Sabía que estaba rozando ciertas “zonas prohibidas” de la intimidad del escritor: la ambición, el deseo de reconocimiento, la competencia, el egoísmo, la envidia, la zona basura de la intimidad de un escritor. Al mismo tiempo que estaba trabajando sobre la zona dolorosa de la pérdida sentimental, era plenamente consciente de que en ese momento terrible estaba escribiendo un texto que disfrutaba, y donde se condensó, además, buena parte de mis deseos de los últimos años, que era escribir una novela en constante tensión emocional respecto del material con el que estaba trabajando. El que narra expone lo peor de sí de una manera tan exasperada y grotesca que causa risa, y lo que cuenta es tan desesperante y está tan llevado al extremo, que conmueve.

Guebel subraya que en la novela trabaja a la vez la singularidad extrema de una obra y la posibilidad de que esa obra haya sido hecha antes por otro. “La condición epigonal es más o menos consciente respecto de una producción anterior. La anécdota que cuento en la novela sobre Henry James está en la biografía de León Edel. Lo único que aporté –precisa el escritor– fue mi percepción de que lo que estaba escribiendo James en su momento de desvarío era la estructura, infinitamente comatosa, pero jamesiana, del monólogo interior de Joyce. Estaba anticipando a otro escritor, había creado un salto mortal en su delirio; su escritura se había disparado a otro lado”. El escritor observa que en la novela el narrador se ubica en condición epigonal. “Dice que es la sombra de otro, casi una textualidad borgeana, y cita la frase, que no sé si es cierta o apócrifa, de Esquilo: ‘Escarbo en los restos del festín de Homero’, y se pregunta: ‘¿Con qué sobras puedo alimentarme yo?’, que en realidad es una paráfrasis de La angustia de las influencias, de Bloom”, ejemplifica Guebel. “Una constante es la ilusión de la extraordinaria singularidad de la obra y también la evidencia de la condición epigonal, una tensión no resuelta. Y en ese sentido me parece que mi libro trabaja, mal o bien, las tensiones y oposiciones no resueltas.”




Confianza y generosidad. En los ojos de Diana todo salta, asoma, se deja ver. Un breve vistazo a sus ojos alcanza para saber que lo dará todo por uno. En los ojos de Diana se lee como un libro abierto. Ella misma sostiene el libro. Si está enojada, o angustiada, o ansiosa, sus ojos son como los ojos de los gatos del poema de Picabia cuando miran a un pájaro: piensan. Y a la inversa, si uno dice una palabra de más (tres palabras de más, en realidad) sus ojos son como los ojos de los pájaros que miran a los gatos: dudan. Si te desea o te detesta sus ojos consiguen que adviertas hasta la menor de las microscopías: los desplazamientos de aire ante cada parpadeo, por ejemplo. A veces en sus ojos se ve más allá, a veces más adentro. Si está feliz sus ojos te siguen. Si está más feliz, te acompañan.

* Fragmento de Era el cielo / Sergio Bizzio (Interzona).

–Al personaje de Era el cielo le gustaría escribir literatura y no puede. Es un guionista tipo, digamos: “piensa primero en una historia. Sin historia no hay guión”. El guión es parte del reino de la historia, algo que no sucede necesariamente en la literatura, ¿no? Yo muchas veces empiezo con la panorámica borrosa de un lugar en el que me sumerjo sin esperanzas ni de hacer foco, aunque con esa ilusión. Así empecé a escribir esta novela, con la idea de un hombre que llega a su casa y se encuentra con que dos tipos están violando a su mujer. Nada más. A partir de ahí tejí frases.

–No sé, dicen que un paranoico nunca se equivoca... El personaje de mi novela descubre que están violando a su mujer y no interviene. Tiene miedo de que la maten. Uno de los violadores tiene un cuchillo. Son más jóvenes que ella (un dato que puede ser espeluznante según quién lea) y son mucho más fuertes que él. Así que también tiene miedo de morir, y no interviene. No sé qué tiene que ver esto con la paranoia y la verdad, pero por primera vez en su vida siente que no es un ser abyecto. Justamente cuando más parece que lo es.

–Quién sabe, ¿no? Porque ni siquiera es un escritor frustrado, simplemente no es un escritor. Lo único que tiene de escritor es la mirada, aunque eso no alcanza, por supuesto: además hay que escribir. Pero la verdad es que no sé por qué escribir, y mucho menos todavía por qué querer escribir si no se es un escritor.

Texts: http://www.pagina12.com.ar/
Drawings: www.banksy.co.uk


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